la chica de lata no sabe del hielo
se había buscado un témpano personal para
salvaguardarse de tu amor
se había mentido una y mil veces
se había perdido por las calles de una madrid hecha de
algodones ficticios y había caído en las blandas
paredes una y otra vez
pensó en el arte de la huída, en el lujo de la ceguera,
más no se imaginaba, torpemente, que el pecho tiene
mil ojos, y cuando 998 son vendados, siempre un par se
revela y halla la luz, esa luz que quema, mata
y convulsiona el espíritu
la chica de hielo no sabe del frío
se había creído inmune a tus brazos,
se había pensado sorda a tus labios.
se engañaba, se engañaba. hasta hoy cuando
temprano despertó y lloró todo lloró
sus besos lloró sus ojos lloró su cuerpo: ridícula
masa torpe lejos de tus manos
lloró pan lloró agua y lloró imágenes
compartidas
mañana se rió.
mañana se rió porque el tiempo pasó fugaz
y te volvió a ver y vuestros ojos se hablaron
otra vez. y ella ya no quiso callar más. brindó
por el encuentro consigo misma. brindó
por vuestros ojos reencontrados, como la
primera vez.
miércoles, 25 de noviembre de 2009
martes, 17 de noviembre de 2009
el guión que el personaje de hierro se autoimpuso
con el alma hablarte es imposible,
me dijo que le había dicho su alma hace muchos
años muchos cuando ella era muda.
él viajó por el nuevo continente para
entender su manera de andar y no quiso
darse cuenta de que su contenido se
estaba marchitando. tal vez no pudo.
volvió a madrid envuelto en ganas de
abrazos y así estuvo rebotando entre
pares de manos y manos hasta hoy.
inventarse un personaje de hierro
fue la única salida que encontró para su
caótico corazón golpeado. se lo creyó y
tanto se lo creyó que ahora camina por
la cuidad dándole tortazos a los
brazos que intentan amarlo.
se lo creyó y tanto se lo creyó que
ahora cada vez que alguien lo ama
cierra la puerta, echa doble llave,
y la tira bien lejos. cuando quiere
salir de su casa se vuelve loco
porque sabe que la puerta cerrada la
puede abrir a hostias pero al lastimarse
los puños y ver la sangre duda...
se le pasa por la cabeza la estúpida idea
de su figura metiendo la llave, arrojándola
al vacío. se ve a sí mismo gritando encerrado,
cogiendo como de costumbre la botella,
infectándose con más alcohol, hinchándose de
tanto líquido solitario, volviéndose viejo
y su botella, sola, triste, sin poder decir
lo que siente porque su personaje de hierro
tiene otro absurdo guión que seguir en la
película de su vida.
me dijo que le había dicho su alma hace muchos
años muchos cuando ella era muda.
él viajó por el nuevo continente para
entender su manera de andar y no quiso
darse cuenta de que su contenido se
estaba marchitando. tal vez no pudo.
volvió a madrid envuelto en ganas de
abrazos y así estuvo rebotando entre
pares de manos y manos hasta hoy.
inventarse un personaje de hierro
fue la única salida que encontró para su
caótico corazón golpeado. se lo creyó y
tanto se lo creyó que ahora camina por
la cuidad dándole tortazos a los
brazos que intentan amarlo.
se lo creyó y tanto se lo creyó que
ahora cada vez que alguien lo ama
cierra la puerta, echa doble llave,
y la tira bien lejos. cuando quiere
salir de su casa se vuelve loco
porque sabe que la puerta cerrada la
puede abrir a hostias pero al lastimarse
los puños y ver la sangre duda...
se le pasa por la cabeza la estúpida idea
de su figura metiendo la llave, arrojándola
al vacío. se ve a sí mismo gritando encerrado,
cogiendo como de costumbre la botella,
infectándose con más alcohol, hinchándose de
tanto líquido solitario, volviéndose viejo
y su botella, sola, triste, sin poder decir
lo que siente porque su personaje de hierro
tiene otro absurdo guión que seguir en la
película de su vida.
sábado, 7 de noviembre de 2009
6 de noviembre
soy borges en 1964
porque ya el mundo no es
mágico no me queda más
que un olor que no quiere
desvanecerse ante ninguna
otra sensación y encontrarte
cuál sería el fin de esa
eterna búsqueda circular
pasos congelados que no
saben despegarse ni andar
sin tropezarse ni bailar al
compás de tu mágica
historia multidisciplinar.
invierno porteño, hoy.
parque lezama, hoy.
el túnel, billete a la estación
que me lleva al bajo.
y esa calle con nombre a
cuidad de brasil.
y esa otra que suena a
nubes.
mañana...
porque ya el mundo no es
mágico no me queda más
que un olor que no quiere
desvanecerse ante ninguna
otra sensación y encontrarte
cuál sería el fin de esa
eterna búsqueda circular
pasos congelados que no
saben despegarse ni andar
sin tropezarse ni bailar al
compás de tu mágica
historia multidisciplinar.
invierno porteño, hoy.
parque lezama, hoy.
el túnel, billete a la estación
que me lleva al bajo.
y esa calle con nombre a
cuidad de brasil.
y esa otra que suena a
nubes.
mañana...
mañana..?
miércoles, 4 de noviembre de 2009
La "Renga" dice...
“Igual que Lorca, tengo la pierna izquierda algo más corta que la derecha. Me enteré hace 2 años, cuando luego de frecuentes dolores en la cadera fui a ver a un traumatólogo. Había algo que no me dejaba pararme bien como al resto.
Martín, el nieto nº 98 encontrado por las Abuelas de Plaza de Mayo, hasta ayer no sabía quién era. Le parecía extraño que en su partida de nacimiento figurara Campo de Mayo como lugar del parto. Su apropiador, el que le había robado su identidad, había sido miembro del Ejército, más precisamente, del servicio de inteligencia. Paradójico: ¡del servicio de inteligencia! Este chico también tenía cierta cojera.
Igual que Martín, inmerso en dudas hasta hace unas horas, yo también deambulo por calles llenas de nubes. Mi fecha de nacimiento y ciertos datos que alberga mi memoria me llevan a preguntarme casi a diario si soy esta que se llama como yo. ¿Tendrá algo que ver mi fecha de nacimiento con esta historia a la que le falta un pedazo?
Igual que Lorca, tengo algo que me hace tambalear. Igual que Martín, sospecho y busco. Comparto con ellos la inestabilidad y la duda. Y, sobretodo, la energía vital que me impulsa a caminar rumbo a ese espejo que un día me dará la paz de saber a quién me parezco cuando me mire en él”.
martes, 3 de noviembre de 2009
Abrazo tanguero
Me agarró del brazo y quería arrastrarme a la pista. Le dije que no, pero parecía no escucharme, ni a mí ni a la música que empezaba a sonar. La pareja de al lado nos miraba sorprendida: en la milonga todas las personas suelen lanzarse a bailar sin pensarlo; para eso están allí, supuestamente.
Se notaba que él nunca había tomado clases de tango, que no tenía práctica o, al menos, que poco, casi nada me atrevería a decir, había pensado el acto en sí de la danza. Tal vez tenga razón un amigo que en varias ocasiones me ha dicho que suelo darle vueltas a las cosas, pero es algo que no puedo evitar, debe ser una especie de búsqueda más amplia. Y sobre el tango y su ritual conversando alguna vez con otra amiga nos detuvimos en su esencia: el abrazo.
El abrazo de los tangueros es El Abrazo. Mi pareja me toma de la cintura, con firmeza, pero sin apretarme; yo lo agarro de la espalda, que se note mi mano, pero que no ejerza presión. Si su forma de abrazarme es demasiado brusca, llegará en breve el momento en que yo me pareceré más a una bolsa suspendida en el aire que él carga, que a su compañera de baile. Si yo no ofrezco resistencia, él baila solo, aunque yo esté con él. Y si decido resistirme a su fuerza que no cesa, el baile se convierte en una lucha y pierde todo su encanto.
Eso fue lo que finalmente ocurrió aquella noche, cuando luego de la insistencia de aquel caballero acepté acompañarlo en una canción. “Dejá que yo te llevo”, me dijo. Y se lo veía más que seguro en su sentencia. Me agarró de la cintura, parecía que quería fundirme contra sus costillas. Sus piernas estaban tan pegadas a las mías que no me quedaba más remedio que moverme hacia donde ellas me llevaban. Y pasaban los segundos y su mano izquierda se hundía cada vez más en mi carne mientras que la otra en alto me bloqueaba los dedos y mis piernas que no podían bailar y el calor se hacía insoportable… no podía respirar. Se me ocurrían formas de salir de esa dictadura musical; podría haberle dado un rodillazo, o con la cabeza, pero no quería mostrar mi lado bárbaro. Aunque confieso que mucho me hubiese gustado. Aunque confieso que el golpe hubiese sido demasiado intenso, porque se hubiese llevado en ese rodillazo o en ese cabezazo el que se merecía cada uno de los pasados compañeros de tango que no sabían bailar, igual que él. Lo sabía yo. Y fue mejor así: cuando terminó la canción, le dije que el abrazo del tango nada tiene que ver con una dictadura. Y al final me deschavé, porque se lo dije a él, pero también se lo estaba diciendo a los antiguos bailarines que me abrazaron y casi me quitaron el aire.
Sigo yendo a las milongas, pero no bailo con cualquiera. Ahora lo hago con esos que abrazan sin quitar pulmones. ¡Y qué hermosos firuletes que nos marcamos!
lunes, 2 de noviembre de 2009
Historia de amor
El día 20 de octubre me levanté a las 5:30 de la mañana. El día anterior había preparado mis cosas para el viaje, así que sólo tenía que ducharme y salir.
El tren me llevó hasta Alcalá de Henares. Allí desayuné en la estación y luego tomé el autobús hasta un pequeño lugar, llamado Alovera, hasta entonces desconocido para mí. Le pregunté al conductor por la plaza más importante o algún sitio de referencia, pero, por lo visto, el señor tenía mutilado el discurso, así que fui mirando por la ventanilla y en cuanto vi cierto movimiento de gente me bajé. Llamé a Karim, que me estaba esperando, y me indicó cómo llegar al lugar donde junto a otras 30 personas había pasado la noche.
Me recibió con una sonrisa amiga de esas. Lo vi, otra vez, lleno de energía, con ganas de seguir andando. Y así lo hicimos luego del café con leche. Ese día tocaba llegar a Alcalá de Henares. No era mucha la distancia pero con la lluvia amenazando el camino tenía otro tono. Al llegar a la universidad los caminantes se enteran de que no podrían comer allí; sí ir a dormir ¡a las 11:30 de la noche! Pero como siempre ocurre en esta vida, al cerrarse esa puerta se abrió otra, y ya había un grupo de personas esperándonos en el centro de la ciudad. La lluvia ya nos acompañaba, así que antes de continuar con la marcha hubo reparto de bolsas grandes de basura para aquellos que no tenían capa para el agua. A un compañero se le ocurrió que ya estábamos listos para que nos cogieran y nos metieran a un contenedor. “No lo digas en voz muy alta”, le contestó otro, “a ver si a alguno se le ocurre convertir en decreto tu propuesta”.
El agua caló el calzado y los pies llegaron fríos a la plaza Cervantes. A Karim no se le borró la sonrisa en ningún momento. Su sonrisa, su puño en alto y su voz que gritaba libertad me hacían olvidar del agua fría. Cubierta con mi capa de plástico y con la cámara de fotos en la mano, en un momento pensé en si realmente nos damos cuenta de todo lo que nos perdemos cuando no salimos de casa, en todos los Karim que pululan las calles y que no somos capaces de escuchar.
Se me ocurrió que la historia de Karim era una historia de amor. Amor por sus ideales, amor por lo que hace, con toda la pasión puesta en cada acto, en cada frase compartida. Y pensé esto porque considero que el amor nada tiene que ver con lo que nos han enseñado: relaciones insanas de pseudo-posesión, de pseudo-control, ¡como si los sentimientos y las ganas propias pudiesen ser manejadas por otro! Karim vino a recordármelo.
Y la capa para la lluvia me recordó que por más que quieras protegerte de la lluvia, ella se las ingenia para mojarte. Porque no hay forma de esconderse de las emociones.
Gracias, Karim. Gracias, capa para la lluvia.
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